martes, 3 de abril de 2012

¡Quién no conoce Sevilla no conoce maravilla!

No se si es así exactamente el dicho, pero no hay duda que esta ciudad tiene un encanto muy especial que hace que uno la visite aunque sea una vez en la vida.

En estas vacaciones andaluzas, el lunes tuve la oportunidad de visitar por segunda vez a Sevilla. La primera fue en 1992 para ver ExpoSevilla. De eso hace ya, ¡20 años! 

Primavera es una estación ideal para visitarla, el clima es agradable, aunque este año la Semana Santa ha sido pasada por agua, algo que tiene mortificados a la industria turística y a los que vienen para ver las procesiones de la Semana Mayor. Algunos pasos tuvieron que cancelar sus salidas debido al tiempo, con gran pesar de los devotos que se quedaron con las ganas. En verano no le aconsejo a nadie que venga por estos lares, "la caló" como dicen los andaluces es insoportable, con temperaturas que pueden llegar a 40º o 42º.

En esta época los naranjos en flor despiden un aroma, sobre todo por las mañanas, delicioso, que ni la boñiga de los caballos de los carros al frente de la Plaza de toros de la Maestranza logra empañar con su olor.

Aunque a mi las corridas de toros no me agradan, el colorido, la música y el mismo toreo es todo un arte. Solo una vez en mi vida fui a una plaza de toros, en Barcelona, cuando tenía 14 años. A  una exhibición de la Escuela española de equitación, un espectáculo bello que me encantó. Pero una corrida de toros las he visto solo por televisión, y me que perdonen los aficionados; sigo pensando que es una salvajada, igual que la pelea de gallos, de perros o el mismo boxeo. La visita a la Maestranza me gustó, la plaza y su museo son dignos de verse, así como la ermita de los toreros.

Por supuesto no podía faltar la visita a la catedral, monumental, esta entre las tres más grandes del mundo. Allí se guardan unos restos de colón, que Santo Domingo, Sevilla, y otra ciudad que no recuerdo ahora, se disputan el honor de tener otros restos también. Los de Sevilla, aparentemente, aunque escasos son de Colón ya que se comparó su ADN con los restos de su hijo Hernán Colón que también se encuentra enterrado en la catedral. Toda la catedral es una obra de arte: sus altares, pinturas de artistas famosos, las tallas, la arquitectura, las piezas litúrgicas en oro y plata. Por último no hay que dejar de subir a la Giralda (si las condiciones físicas lo permiten) son 35 rampas y 20 escalones para llegar arriba, pero el esfuerzo vale la pena, la vista desde ahí de toda Sevilla es magnífica.

Después de ahí, según nuestra guía, teníamos un paseo en barco por el río Guadalquivir, pero estos viejitos, "despistados y atarantados" como nos dijo un "adulto mayor" de que venía en otra excursión, nos fuimos directamente para el restaurante donde teníamos cita para comer en el "Patio sevillano". De modo que nos perdimos el paseo por el Guadalquivir, pero la visita a la Giralda valió la pena.

Luego del almuerzo seguía "recorrido panorámico" de la ciudad con una parada en La Plaza España, con los pabellones de los países que conformaron la Exposición Internacional de 1929. Casi estuvimos a punto de no bajarnos del autobús, me dejé el paraguas en el hotel y la lluvia arreció, pero en un momento que escampó decidimos que no podíamos perder esa oportunidad. Otra joya de Sevilla, todos los pabellones de países iberoamericanos, Marruecos y EE.UU. dignos de admirar y los jardines que lo rodean también.

Estoy segura que habrá más cosas que ver en esta bella ciudad,  en un solo día no es posible. No pierdo las esperanzas de volver en otra oportunidad, pero solo a Sevilla, durante por lo menos una semana. 

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